martes, 1 de octubre de 2013

Onga Bonga

Nadie conseguía que Luisa dejara de llorar.
Su mamá lo intentó. La tomó en brazos y le cantó una canción de cuna. Pero no sirvió de nada.
Luisa siguió llorando hasta que sus lágrimas corrieron como ríos hacia el mar.
Su papá lo intentó. La meció suavemente en sus brazos y le murmuró palabras dulces al oído. Pero no sirvió de nada.
Luisa siguió llorando hasta que sus gritos hicieron caer los cuadros de la pared.
La abuela lo intentó. Preparó un biberón y le dijo: ―Toma, cariño.‖ Pero no sirvió de nada.
Luisa siguió llorando hasta que sus sollozos despertaron a todos los perros y gatos del barrio.
El abuelo lo intentó. Tocó una alegre canción en su armónica y bailó al son de la música. Pero no sirvió de nada.
Luisa siguió llorando hasta que los pájaros y las ardillas huyeron del parque.
Las vecinas vinieron y ofrecieron sus consejos.
–Ponla boca abajo.
–Acuéstala de costado.
–Ponle Mozart.
–Ponle rock.
Pero no sirvió de nada. Luisa siguió llorando.
Entonces llegó Daniel de la escuela.
–Onga bonga –le dijo a Luisa.
Luisa levantó la cabeza, las lágrimas corrían por sus mejillas.
–Onga bonga –repitió su hermano.
Luisa dejó de llorar y lo miró a los ojos.
–Onga bonga– dijo Daniel otra vez.
Luisa sonrió.
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Frieda Wishinsky, Onga Bonga, Carol Thompson, ilus. México, SEP-Juventud, 2002.

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